7 sept 2021

Aborto con remedios naturales: ¿existe?

Recuerdo ver en la pelicula "La celestina" como una sra mayor aplicaba perejil para practicar un aborto a otra joven. Que raro.
Posteriormente leì que la tan famosa "caza de brujas" sobre 1666 fue sobretodo para perseguir a las mujeres que hacian de parteras y que daban consejos de medicina natural e incluso hierbas para impedir un aborto no deseado en el mes de la primera falta.



Serà esto cierto? Es posible que la medicina natural se nos ocultara a favor de ciertos intereses tanto antes como ahora? Se nos ha lavado el cerebro para desempoderarnos e infantilizarnos frente a un sistema donde la cura solo puede ser la que dicen los nuevos "curas"?

Aquì una parte de un artìculo muy interesante sobre el tema (aqui el original completo):

Del perejil al misoprostol: historia de los abortivos

En su libro Eve’s Herbs

(Las hierbas de Eva), John M. Riddle, un estudioso de la contracepción en la Antigüedad, se hace la siguiente pregunta: “Si las mujeres solían tener acceso a métodos efectivos de anticoncepción, ¿por qué este conocimiento se les perdió con el comienzo de la modernidad?” Efectivamente, hoy la capacidad reproductiva de las mujeres está regulada por entes ajenos a ellas. Existe un desconocimiento profundo del cuerpo femenino, en un contexto en el que la mayoría de las mujeres no saben lo que son los emenagogos (hierbas para provocar la menstruación) y se encuentran con una serie de trabas para acceder a los servicios reproductivos más básicos. Esto no siempre fue así. Previo a la modernidad, la anticoncepción supo ser un arte femenino que combinaba hierbas, recetas pasadas de generación en generación, prácticas y conocimientos ancestrales.

Algunos de los métodos más antiguos (de las que tengamos registro) datan del 500 a.C. Los abortivos son parte de una cultura de medicina herbal mantenida por mujeres durante miles de años. En la medicina popular germana se utilizaban orégano, tomillo, perejil y lavanda en forma de infusión o supositorio; en Persia, canela, alhelí y ruda. La raíz del helecho dentabrón era muy usado por mujeres francesas y alemanas. Por gran parte de la historia, las mujeres realizaban estas prácticas con la ayuda de curanderas, parteras del pueblo, o las llamadas “mujeres sabias”. En 369 a.C, Platón describía el poder de las parteras en uno de sus diálogos: “Con las drogas y encantaciones que administran, las parteras pueden traer los dolores de la labor de parto o atrasarlas a su voluntad, hacer fácil un parto difícil y en una instancia temprana, causar un aborto si así lo deciden”. El uso y conocimiento de estos métodos era dominio casi exclusivo de mujeres.

 Sin embargo, con los comienzos de la modernidad, las mujeres empezaron a perder su autonomía y poder de decisión en estos campos. La revolución científica y médica significó que las mujeres fueran crecientemente excluidas de la medicina por requerimientos de títulos universitarios a los que ellas no accedían. La posición de los hombres de la ciencia fue reforzada por la Iglesia que, en un decreto papal, afirmó: “Si una mujer se atreve a curar sin haber estudiado, es una bruja y debe morir.” De esta manera, las parteras dejaron de aprender y de prescribir. La caza de brujas fue efectiva en romper con una cadena de conocimiento que se había enriquecido en su transcurso milenario.

Riddle argumenta que la desvalorización de medicinas antiguas no se trató tanto del desarrollo de una cosmovisión racional y científica sino del desprecio de la elite por los conocimientos y saberes populares. En 1649, Nicolas Cullpeper escribía: “El Colegio de Médicos ha mantenido a la gente en tal ignorancia que ya no deberían ser capaces de saber para qué sirven las hierbas en sus jardines”. Esto resultó ser escalofriantemente cierto. En Europa las mujeres de la realeza ignoraban las propiedades abortivas de aquella hermosa planta americana que adornaba sus jardines: la flos pavonis. La bajada de línea de las instituciones de la época derivó en una especie de amnesia colectiva que borró del corpus médico todo el campo de los conocimientos anticonceptivos.

La restricción cada vez más fuerte empujó a las mujeres a recurrir a drogas de efectividad y seguridad inciertas. Durante la era victoriana, aquellas que buscaban un remedio a sus “problemas femeninos” podían abrir el diario y elegir de una serie de píldoras y polvos. Muchos venían con una advertencia, a modo de guiño: “No deben usarse durante el embarazo”. En esta época hubo altas tasas de envenenamiento y cuando la ley se percató de esta situación, en vez de garantizar el acceso a abortivos más seguros, los restringió aún más, volviéndolos cada vez más peligrosos. Entrado el siglo XX, las mujeres habían perdido prácticamente toda la libertad reproductiva de la que habían gozado desde al menos los comienzos del Imperio Romano. La clandestinidad tuvo un efecto alienante: en vez de abortar en red y con el apoyo y asesoramiento de otras mujeres, ahora las mujeres abortaban solas, avergonzadas y de manera insegura.

Sin embargo, el proyecto económico de expansión no habría sido posible sin el sustento ideológico de instituciones como la Iglesia Católica. Si bien hasta entonces la Iglesia no tenía una postura tomada frente al aborto, esto cambió cuando Tomás de Aquino escribió lo que de allí en adelante pasaría a ser la posición “oficial”: el sexo debía ser solo para la procreación. Los abortivos pasaron a ser considerados como una violación a la reproducción natural dada por Dios. A pesar de los intentos, resultaba difícil condenar a las mujeres por aborto porque era un crimen casi imposible de comprobar. Cuando la Iglesia se percató de que no podía regular los abortivos ni procesar a las mujeres que podrían haberlos usado, decidieron atacar la fuente del conocimiento: las parteras pasaron a ser el blanco de esta campaña y fueron consistentemente perseguidas y quemadas en la hoguera por los cientos de años que duró la caza de brujas en Europa.


Las sospechas hacia las parteras tenían más que ver con el miedo al infanticidio que a cualquier supuesta incompetencia médica. Esta deslegitimación permitió introducir al médico varón a la sala de partos. Según escribe Silvia Federici en su libro El Calibán y la bruja: “Con este cambio, empezó también el predominio de una nueva práctica médica que, en caso de emergencia, priorizaba la vida del feto por sobre la vida de la madre. (…) A partir de ahora sus úteros se transformaron en territorio político, controlados por los hombres y el Estado: la procreación fue directamente puesta al servicio de la acumulación capitalista”.

 




 

Feliz semana para todas las mamas, las covidianas y no covidianas
La inclusividad es muy importante! Besitos





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